Estás en Las Vegas. De paseo por uno de los casinos, con una copa en la mano, observando el laberinto de sonidos, luces y mesas de juego. Te acercas a una de las mesas. Varios están jugando al BlackJack (el 21 al que jugaban en Sevilla los Rinconete y Cortadillo de Cervantes). En la esquina izquierda de la mesa un joven con aspecto de turista obtiene una jugada genial: una reina y un nueve. El croupier tiene sobre la mesa un seis. Muchos, como tú, observan la jugada desde fuera, divertidos.
El turista mira al croupier a los ojos y hace un signo para pedir otra carta. Antes de hacerlo, le dices -Amigo - y apoyas una mano sobre su hombro - ¿está seguro de su movimiento?
El turista te mira brevemente con cierta cara de desprecio, se gira hacia el croupier y le vuelve a repetir el gesto para que muestre una carta. El croupier toma una de la baraja y la muestra. Un dos. ¡BlackJack! El resto de observadores aplaude, asiente y aprueba la decisión del turista. -Si no te arriesgas no ganas - murmuran.
Y tú, ¿qué opinas? ¿Ha hecho bien el turista?
En un trabajo publicado en 1988, Baron y Harsey quisieron entender cómo valoraban los sujetos las decisiones tomadas por otros en condiciones de incertidumbre, llegando a la conclusión de que la valoración dependía del resultado.
Así, por ejemplo, estos investigardores planearon un juego. Un sujeto debía elegir entre obtener 200 USD con seguridad o arriesgarse y obtener 300 USD con un 80% de probabilidad o nada con 20% de probabilidad. La esperanza matemática del juego es de 240 USD, por lo que en principio, objetivamente, lo más lógico y adecuado es arriesgarse.
Se pidió a diversos sujetos ajenos a la decisión que la valorasen con un resultado entre -30 si consideraban que la elección habia sido muy mala o +30 si pensaban que la decisión tomada era la más correcta.
En media, si el resultado era el de obtener los 300 USD, la decisión de arriesgarse se valoraba con un +7,5. Pero cuando los sujetos que tomaban la decisión elegían arriesgarse y no obtenían nada, se valoraban la decisión, en media, con -6,5. Es decir, que la valoración de una elección tomada en condiciones de incertidumbre dependía del resultado.
Llevando lo anterior al absurdo, es como si alguien pide una hipoteca, se gasta todo el dinero obtenido en el Euro Millón, y si lo gana aseguramos que ha jugado como se debe.
Hace unos días lo hablaba con una persona a la que respeto mucho, excelente y reconocido gestor de renta variable, que me señalaba que no le gustaba, en mercados financieros, invertir cuando el resultado era binario. Yo le comentaba que eso tenía que depender de cómo valorase el mercado las probabilidades y del riesgo asumido frente al potencial de la operación. Es decir, que un evento sea binario no significa que las probabilidades de que ocurra una cosa u otra sean del 50% y ni mucho ni menos significa que la esperanza sea 0. Yo le intentaba explicar que si la esperanza matemática es positiva, vale la pena invertir en estos eventos. Cuando lo hagas en varios, la ley de lo grandes números te dará la razón. Y él insistía en que, al final, fueran cuales fueran las probabilidades, había sólo dos opciones al 50%: que el evento ocurra o que no. Si una trampa mental así puede afectar a un inversor de éxito reconocido y consistente a lo largo del tiempo... ¿cómo crees que estás tú de exento?
Hemos comentado en muchas ocasiones en este post que el ser humano es mal matemático, sobre todo cuando hablamos de probabilidades. Pero es que además, juzga mal las decisiones de otros.
Y ahora, ¿te sigues atreviendo a juzgar a los demás por una decisión?
Tomás García-Purriños, CAIA
@tomasgarcia_p