Si hay una constante en la historia de la humanidad es la codicia.
Desde siempre se ha deseado lo del vecino, fuere su pareja, su cabra o sus tierras. El hombre ha usado distintas técnicas para apoderarse del fruto del trabajo del hombre desde siempre, como soldado, como esclavo o como empleado.
Unos pocos dirigen el cotarro y siempre han hecho todo lo que ha estado en su mano para que los demás se sometieran.
En un tiempo uno mandaba por mandato de los dioses por lo que cuestionar dicho poder era, simplemente, blasfemia. Se liquidaba el problema rápidamente y los demás al ver correr la sangre ajena tenían un subidón de fe repentino.
También se utilizó (y utiliza) el miedo o la aversión a lo distinto: si quieres despistar al personal lo mejor es proponerle un enemigo común a quien primero se priva de todo barniz de humanidad, luego se le viste de atributos codiciosos lo cual justificará nuestra respuesta codiciosa respecto a lo suyo en el plano moral y, finalmente se busca un pretexto o (si no se tiene) se inventa con lo cual ya no solo se parte de una situación de odio sino que, además, se le añaden dosis de ira. El "enemigo" pueden ser los judíos, los iraquies, los rumanos, los negros, los japos o "los inmigrantes que nos quitan el trabajo". El mecanismo será siempre el mismo. Según el caso se gestionará mediante una guerra, o con un bloqueo económico (que es la versión moderna del asedio hasta que literalmente mueren de hambre o claudican) o con bandas callejeras de neonazis que apalean inmigrantes. ¡Qué más da!
Al poder todo eso le va de coña simplemente porque dejamos de mirar la mano que es más rápida que el ojo.
Y así nos invaden con leyes que recortan nuestras libertades, o con medidas de control para prevenir el blanqueo de capitales que solo controlan a los pardillos de siempre porque los grandes narcos, los financieros, tratantes de armas o terroristas de estado siguen con su particular vía libre.
La historia se repite. Franco decía que la gente tenía que ser propietaria de su casa porque quien es propietario no está para revoluciones. Y hoy hemos extendido ese principio a las videoconsolas, varias teles en casa, el microondas y la comida preparada. La guardería para los niños y las vacaciones en lugares exóticos. No estamos dispuestos a renunciar a nada y ello en cualquier situación económica. Hoy día la calidad de vida, en dotación de servicios, no difiere demasiado entre Bill Gates y la mía. Difiere el volumen de ahorros, las participaciones en empresas y tener personal doméstico y jets privados. Pero ambos podemos comer caliente, ducharnos a diario, desplazarnos saliendo de nuestro lugar de residencia, y adquirir información o formación de cualquier parte del mundo. En síntesis, iguales. Nada que ver con la diferencia que existía entre un poderoso y un currito de inicios del SXX.
Estamos bien, pero esa misma situación nos aferra excesivamente a todo ello. Vivimos para los bienes, sin darnos cuenta y esa situación nos obliga a no valorar adecuadamente el esfuerzo que dedicamos a cada una de nuestras adquisiciones.
Conozco cientos de ejecutivos que apenas ven o conocen a sus hijos porque el proceso de generación de riqueza absorbe por completo su tiempo. Pero luego destinan esa riqueza a consumo y alegan "a mis hijos no les falta de nada". No sé si lo saben, pero mienten: les faltan padres con quienes vivir y aprender a vivir.
Con el tiempo los padres tendrán unos extraños por hijos pero no será percibido porque se estará en términos sociales "normales"; mal de todos, consuelo de tontos dice nuestro refranero.
Seguramente esos padres, como ocurre, culparán al colegio de no saber "educar" a sus hijos. "Para eso les pago ¿no?" pero se estarán equivocando. Nadie puede suplir el oficio de padres que están descuidando para satisfacer su ego y sus necesidades artificiales de consumo.
Tenemos una sociedad en déficit, pero no es solo en deuda pública o privada, ni tan solo en endeudamiento familiar. El problema es que hemos perdido toda referencia que no esté ligada al consumo y a los ranking que ello supone. El ciudadano ya no responde con una cierta carga moral o ética (no confundir con religiosa, que esa es otra perversión - confundir religión con ética) y las empresas son capaces de cualquier atropello con tal de ganar esas batallas modernas que se celebran en cada venta. Como Pirro muchas están dispuestas a sacrificar su supervivencia por ganar una vez mas una efímera batalla.
Los modernos especuladores están dispuestos a destrozar un país, o perder por un error todo su patrimonio si con una falacia consiguen que el mercado reaccione a sus intereses. Se forran apostando a la baja para luego hacer subir y repetir el proceso. Deberían colgarlos de los h..
Me he ido por los cerros de Úbeda. Perdón por la digresión pero... me ha hecho bien desahogarme.
Saludos,